William James. Primeros estudios sobre los estados alterados de la consciencia, vamos a los orígenes de la Psicología Transpersonal
A l’ any 1901 – 1902 es publicà el llibre de William James, Les varietats de la experiència religiosa. En el qual hi trobem les primeres referències i estudis de la psicologia sobre els estats alterats de consciència. Tenint en compte la importància dels estudis de William James sobre la perspectiva psicològica del misticisme, i descripció metòdica dels estats de consciència místics farem un resum del que ell mateix va definir com ‘les quatre característiques principals d’ UNA EXPERIÈNCIA MÍSTICA’:
«Pienso que puede afirmarse que la religión personal tiene la raíz y el centro en los estados de conciencia místicos (…). Tales estados de conciencia deben formar el capitulo vital a partir del que los otros restantes obtengan su luz. Antes de todo me pregunto ¿qué significa la expresión estados de conciencia místicos? ¿Cómo separamos los estados místicos de otros estados? Las palabras ‘misticismo’ y ‘místico’, a menudo se utilizan como términos de mero reproche que podemos aplicar a cualquier opinión que considere vaga, indeterminada o sentimental; sin base ni en los hechos ni en la lógica (…). Os propondré simplemente 4 características que, cuando una experiencia alcance, puedan justificar que la llamemos ‘mística’ para el propósito que nos ocupa. De esta manera abreviaremos la controversia verbal y las recriminaciones que normalmente la acompañan.
1. Inefabilidad. La característica más al alcance por la que clasifico un estado mental como místico es negativa. El sujeto del mismo afirma inmediatamente que desafía la expresión, que no puede darse en palabras ninguna información adecuada que explique su contenido… De esto se sigue que su cualidad ha de expresarse directamente, que no puede comunicarse ni transferirse a los demás. Por esta peculiaridad los estados místicos se parecen a más a los estados afectivos que los intelectuales. Nadie puede calarle al otro que nunca ha experimentado una sensación determinada sin expresar en qué consiste su calidad o valor. Se ha de tener oído musical para saber el valor de una sinfonía, se ha de haber estado enamorado para entender el talante anímico de un enamorado. Si nos falta el corazón o el oído, no podemos interpretar justamente al músico o al amante incluso podemos considerarlo absurdo o menguado mental. El místico considera que la mayoría de nosotros damos un tratamiento asimismo incorrecto a sus experiencias.
2. Cualidad de conocimiento. Aunque semejantes estados afectivos, a quienes los experimentan los estados místicos les parecen también estados de conocimiento. Son estados de penetración en la verdad insondables para el intelecto discursivo. Son iluminaciones, revelaciones repletas de sentido e importancia, todas inarticuladas pero que permanecen y como norma general comporta una curiosa sensación de autoridad duradera.
Estas dos características califican cualquier estado que pretenda ser llamado místico. Hay dos características menos acusadas pero que habitualmente aparecen y que son:
3. Transitoriedad. Los estados místicos no pueden mantenerse durante mucho tiempo. Salvo en caso de excepción, media hora o como máximo una hora o dos parece ser límite de más allá del cual desaparecen. Con frecuencia una vez desaparecidos solo de manera imperfecta pueden reproducirse, pero cuando se repiten se reconocen con facilidad y de una repetición a otra son susceptibles de desarrollo continuado en lo percibido como enriquecedor e importante interiormente.
4. Pasividad. Aunque la llegada de los estados místicos puede estimularse por medio de operaciones voluntarias previas como, por ejemplo, fijar la atención, o con determinadas actividades corporales o de otras formas que los manuales de misticismo prescriben, sin embargo, cuando el estado característico de conciencia se ha establecido, el místico siente como si su propia voluntad estuviese sometida y, a menudo, como si un poder superior lo arrastrase y dominase.
Esta última peculiaridad conecta los estados místicos con ciertos fenómenos bien definidos de personalidad desdoblada, como son el discurso profético, la escritura automática o el trance hipnótico. Cuando estas características resultan muy pronunciadas, puede suceder que no quede ningún tipo de recuerdo del fenómeno y que no aporte significado alguno a la vida interior del individuo para la que, podríamos decir, constituye una simple interrupción. Los estados místicos, considerados estrictamente así, nunca son simplemente interruptivos. Siempre queda algún recuerdo de su contenido y un sentido profundo de su incidencia. Modifican la vida interior del sujeto durante los momentos en que suceden. Las divisiones tajantes, de cualquier modo, son difíciles de establecer en este ámbito y tropieza con todo tipo de graduaciones e interferencias.»
JAMES WILLIAM, Las variedades de la experiencia religiosa, Nueva York, 1902.