Animasophia o el arte de la Escucha Consciente

Prácticas sanadoras basadas en la confianza en el potencial iluminativo de todos los seres

A CARGO DE
Magda Solé y Jaume Mestres.

DESCRIPCIÓN

Vamos a ir en busca de la luz interior. Y lo hacemos a partir de una confianza fundamental: en cada ser humano existe un potencial iluminativo que nos conduce a la realización. De la oscuridad a la luz, de la confusión a la verdad, de la muerte a la vida. Es más: en todos los seres sintientes existe ese potencial iluminativo, una semilla de lucidez que podría, en las condiciones adecuadas, florecer como pura conciencia del Ser y de la Talidad. Esa luz, esa iluminación, significa comprender Las Cosas Como Son. La comprensión de qué es el mundo: el mundo es un lugar donde llueve hacia abajo. El sentido de la vida: vivir la vida para ser feliz y hacer que los demás sean felices.

La palabra animasophia indica que existe una sabiduría propia del alma. El problema es que no sabemos qué es el alma ni dónde está; de hecho, ni siquiera sabemos lo que es la sabiduría. Ante esto, la animasophia permanece en un silencio respetuoso. No es una escuela de pensamiento,  no es una ideología ni una teoría. Animasophia es una propuesta práctica, que aborda de manera pragmática una tarea fundamental: revelar el Ser propio del hombre a través de la sanación del ego, en el camino de aproximarse a esa luz interior –sophia—que surge de lo más íntimo –anima—para que acabe por refulgir y proyecte su luz sobre nosotros mismos, sobre los demás seres humanos y sobre el mundo. La animasophia  se limita a situarse en una actitud pragmática: la confianza en el potencial iluminativo que reside en todos los seres humanos

Debemos insistir en que se trata de un pragmatismo y no una teoría. La palabra “agua” nunca ha quitado la sed a nadie. Es necesario conocer el camino que conduce hacia esa luz y el modo de emprenderlo. La discusión sobre las implicaciones filosóficas y teológicas de esa “luz” nunca ha iluminado a nadie. Ilumina el contacto y la presencia de esa luz. Sabemos por experiencia que esa luz se encuentra en nuestro interior, y que su experiencia constituye una expansión de la conciencia. Expansión de la conciencia quiere decir que antes estábamos encerrados con nuestro sufrimiento y nuestros propios intereses y ahora podemos ir al encuentro de nuestra felicidad y de la felicidad de los demás.

El problema es que podemos perdernos por el camino. A causa, precisamente, de ciertos malentendidos lingüísticos que pasan desapercibidos .

Cuando hablamos de expansión de la conciencia, cuando experimentamos la sensación de ir más allá de los límites de nuestra piel, cuando reconocemos que nuestra realización no es nunca estrictamente personal sino vinculada a la buena ventura de todos los seres sintientes, cuando nos vivimos a nosotros mismos de una manera más profunda, sutil y significativa, todas esas vivencias no tienen lugar en el exterior, un “exterior” situado en puntos del espacio alejados de nuestra realidad física. Toda expansión de la conciencia, toda incursión transpersonal tiene siempre lugar en el interior, en el marco de lo que llamamos nuestra mente. Nunca vamos “hacia afuera” sino que lo hacemos “hacia adentro”.

¿Qué es ese “interior” del cual todas las tradiciones espirituales hablan? No es el estómago, los intestinos, los órganos internos, el músculo del corazón (aunque ciertamente, como enseña la medicina china y el taoísmo, esos órganos tienen su “inteligencia” especial, y un papel muy importante en el estado de nuestra mente y del flujo general de la energía en nuestro cuerpo). Ese interior es nuestra mente. El problema es que no sabemos exactamente qué es la mente. La mente no es nuestros pensamientos, aunque muy a menudo solemos confundir una con otros. La ciencia positivista considera que la mente es un subproducto del cerebro, pero todas las tradiciones de sabiduría postulan que la mente sigue existiendo después de la muerte biológica y la descomposición del cerebro (por cierto que el humanismo materialista occidental es la única y primera tradición de la humanidad y de la historia que cree en la desaparición de la conciencia tras la muerte del cuerpo). La psicología tomó una decisión en su día: ser la ciencia de la conducta, opción muy sensata porque una ciencia que pretende objetivar su objeto de estudio no puede operar con asuntos “internos” y por tanto elige algo externo y observable, como la conducta, para aplicarle el método científico.  Pero con ello la psicología renuncia a ser tal y se convierte en etología humana. Al no haber optado por un cambio de definición, esa ciencia ha practicado un escamoteo descomunal y una impostura teórica enorme: trocar psique (alma, mente) por ethos, conducta, modos de comportarse. (Muchos de nuestros problemas en estas tareas tienen que ver, pues, con la precisión lingüística cuando no con el trilerismo (1) intelectual).

Para la psicología y en general el modo de producción de conocimiento materialista, lo relativo a lo  “interno” suele ser designado como ”misticismo”, incluso si conviene con cierto tono despreciativo. Lo hace porque se ve incapaz de saber qué es ese “interior” y cómo puede conocerse, dejando aparte la “introspección”. ¿Dónde reside ese “intro” que se somete a “inspección”? Por más que ese vocablo de “misticismo” se aplique con la intención de designar algo que no puede ser conocido con objetividad, la elección de la palabra es etimológicamente acertada: procede del griego “mystos”, es decir, silencioso, oculto a la simple vista, escondido en el interior. La misma raíz de “misterio”, algo que no puede ser conocido, que escapa a la comprensión. La ciencia aborrece el misterio y pretende develarlo e incluso demostrar su impostura. Sin embargo, los místicos de todos los tiempos afirman que el mundo subsiste por el misterio: la raíz de la vida y de las cosas reside en algo que escapa a la comprensión, lo substancial y verdaderamente relevante se oculta a la simple vista y el entendimiento último se halla en un lugar que no puede ser alcanzado por el pensamiento discursivo.

De este modo, lo místico y misterioso, al no ser relevante en términos de pensamiento discursivo –y más exactamente por la lógica aristotélica, raíz a la vez de la intelectualidad occidental y de la teología cristiana una vez trasplantado el Evangelio del cercano oriente a Europa mediante, de nuevo, descomunales prácticas de trilerismo intelectual—han quedado asociados a lo irracional, lo no razonable y por lo tanto expulsados fuera del ámbito del conocimiento humano; más exactamente, del conocimiento humanizador. El místico es, finalmente, ridiculizado y asociado a una emocionalidad enfermiza propia de una personalidad inmadura. Los intentos de medicalización de la psicología (Freud y sus sucesores) consideran la religión como una patología, y la persona espiritual, su paciente. La cultura popular ha seguido ese camino; incluso en nuestra literatura dramática, se presenta a la persona espiritual como a un idealista poco práctico con tendencia al desequilibrio (véase  la obra teatral “El místic”, de Santiago Rusiñol, que en 1904 ya plantea las contradicciones entre el cristianismo compasivo y de visión trascendente, el ideal humanista del artista modernista y la sociedad materialista del capitalismo salvaje). Eso que es “interno” asusta y debe ser, en el mejor de los casos, sanado, si no reprimido o combatido; de ahí películas como “Análisis final” o “El exorcista”.

La psicología transpersonal afirma que ese “interior” existe, y además, que no solamente es algo intrínsecamente razonable y sano, sino que si vivimos sin estar en contacto con él, nuestra vida se convierte en un sinsentido y en un sufrimiento. La psicología humanista comprendió que el hombre está llamado a la autorrealización: el despliegue de todo su potencial humano en la vida terrestre. La psicología transpersonal lo admite y va más allá: esa autorrealización es la realización, en última instancia, del potencial espiritual humano, que va más allá de su propia personalidad, que es inherente a todos los seres sensibles y que, y ahí está el detalle decisivo, que ese potencial es intrínseca y operativamente iluminativo, liberador y trascendente.

Ese interior no es en realidad interior ni tampoco exterior. Creemos que nuestra mente reside en el interior del cerebro, pero no tenemos ninguna prueba empírica de ello. Lo creemos como antes se creía que la conciencia residía en el interior del músculo cardiaco. Llegará un día en que surgirá una nueva ciencia fruto del desarrollo de la neurología y de la psicología del futuro mediante la cual nos aproximaremos a las puertas de la luz que hemos mencionado al principio… y deberemos detenernos, porque esa luz no es operativa en términos lingüísticos y conceptuales. Es “mystós”, silenciosa: no es aprehensible con palabras y no se deja aprehender por concepto alguno.

Esa cualidad mistérica del alma exige pues operar con interficies. Las religiones han desarrollado descomunales construcciones conceptuales para que operase sobre ello, con los resultados de todos conocidos. El error reside en que esas interficies teóricas no son operativas. Lo son las interficies pragmáticas. Puesto que operamos con lo inaprehensible, debemos aproximarnos a ello mediante unos medios bien conocidos desde los albores de la humanidad: la poesía, el mito, el cuento y la leyenda. La perversión del arte, es decir, su conversión en entretenimiento o lujo suntuario, nos ha hecho creer que una narración es una ficción que apela a nuestros sentimientos. En cierto modo es así; pero existen narraciones “operativas” que producen efectos. Y esas narraciones operativas son las que utilizaremos aquí para ir en busca de la luz interior.

Siempre que nos referimos a cuestiones espirituales operamos, conscientes de ello o no, con metáforas narrativas. Dios es una de ellas; la iluminación también. Inconvenientes que presenta lo inefable. El problema es que lo inefable no sólo es imprescindible sino urgente. Por eso hemos de considerar este taller y sus prácticas una colección de narraciones aplicadas, pragmáticas operativas que permiten que se realice el milagro de atisbar la luz interior y aproximarse a ella. ¿Por qué es eso posible? Por la naturaleza intrínseca de lo iluminativo en lo más profundo del ser humano, por la necesidad imperiosa de que éste manifieste su verdadero Ser, porque ello no es posible sin la sanación del ego y porque esa refulgencia iluminativa es un imperativo propio de la evolución de la especie. Y por ello recurrimos a nuestro viejo aliado desde los tiempos en que hacíamos vida rupestre: la narración operativa, que está en los orígenes del chamanismo, con su ritual realizativo y del yoga, con su escenificación interna del drama externo del hombre. Chamanismo y yoga son las dos caras de una misma moneda: en una de ellas suena el tambor para llamar a la luz; en la otra, el tambor calla ante las orejas indiscretas. En ambas se acuña la moneda que Caronte nos exigirá para poder emprender nuestro camino.

Puntos clave del taller:

-La puerta de entrada al camino de búsqueda de la luz es el aquí y ahora. Conciencia de mi cuerpo, conciencia de mis sensaciones, conciencia de mis emociones.

-Mi cuerpo es mi morada y la puerta de mi alma. En mi interior tengo todo lo necesario para que esa luz interna se manifieste. Esa luz de sabiduría es siempre paz y bien.

-No estoy acostumbrado a estos nuevos caminos y debo aprender a reconocer la luz, aprendiendo a disipar la oscuridad.

-Al que llama se le responde, el que pide recibe y el que busca encuentra. El mundo es un lugar donde llueve hacia abajo y en el que la vida tiene propósito.

El hilo conductor es ir al descubrimiento de la luz interior, camino inseparable del encuentro con los demás y el reconocimiento de la suya propia.

Afinamos la conciencia de nuestra lucidez interna, desarrollamos nuestra capacidad de paz y experimentamos con el despliegue de nuestro potencial energético.

Obtenemos del grupo la suma de energías y de conciencias para avivar el fuego de nuestra alma de modo que podamos percibirlo y vivirlo si es posible con intensidad.

FOCUSING
Localizar en nuestro interior una sensación sentida, identificarla, ponerle nombre y vivirla para iluminarla.

LUCIDEZ INTERIOR
Encuentro, por parejas, en busca del punto de lucidez que reside en nuestro interior. Nos ayudamos mutuamente a conectar con el estado de lucidez cuando apartamos las sombras innecesarias, mientras exploramos nuestros espacios internos.

LA SONRISA INTERIOR
Práctica taoísta de meditación en los órganos internos que transforma la preocupación y la seriedad en paz y alegría.

YI QUAN
Práctica de las artes marciales en la que se acumula energía en el interior para vivificar el cuerpo y la mente y entrar en una actitud de poder sereno y meditativo.

DANZA CON ANTIFAZ
Danza libre con música con los ojos vendados, con dos músicas sucesivas. La primera, para mirar hacia adentro, la segunda, para mirar hacia afuera.

ENCUENTRO A CIEGAS
Encuentro por parejas, explorándose mutuamente por la proximidad y el tacto. Ejercicio de confianza en el encuentro con el otro; descubrimiento más allá de lo aparente a la vista.

RESPIRACIÓN VAJRA
Meditación para purificar las emociones y obscurecimientos que se instalan en el diafragma y el espacio respiratorio central. Una técnica tántrica tradicional.

EL FUEGO INTERNO
Versión adaptada del tum-mo o yoga del fuego interno (uno de los siete yogas de  Naropa, budismo tántrico vajrayana). Para purificar nuestros canales energéticos y abrir el flujo natural de la energía esclarecedora de la conciencia y gozar de la sensación cálida de gozo que se despierta.

MEDITACIÓN CRANEAL
Práctica tántrica para abrir y estimular los órganos de la percepción interna, especialmente los chakras ajña y sahasrara. Sentir y despertar toda la energía del cuerpo físico y cuerpo energético,  reunirla en el interior y convertirla en combustible que abra nuestros canales internos de percepción sutil.

MEDITACIÓN DE LA OSA MAYOR
Meditación en la visión interna de la Osa Mayor. Se medita sucesivamente en cada una de las estrellas y finalmente, en la Estrella Polar, asociada a la luz interna de nuestra conciencia y a su luz interior inherente. El arquetipo de las estrellas hace que nuestra luz interior se potencie.

LA CAMARA DE ETERNIDAD
No es un viaje astral aunque se le parece, sino el ejercicio de trascender los límites conceptuales que nos imponemos y de habituación a vivir en la consciencia cósmica. Meditamos situándonos en el espacio y la energía cósmica, haciendo visualizaciones en dimensiones de miles de kilómetros, para ir al encuentro de la luz infinita. Así nos abrimos a ser ciudadanos del infinito.

(1) Trilerismo. Práctica fraudulenta propia de los trileros, embaucadores que confunden al público con objeto de timarle, engañándole con el escamoteo del objeto observado, mediante maniobras y palabras engañosas que disimulan el verdadero motivo del que se trata.

Información y Contacto
Jaume Mestres
Movil: (+34) 667 36 68 66
jmesbo@gmail.com